Sarai
- Recuerda que lo más importante es que no averigüen lo que llevas en la cesta - le recordó su ''madre'', mientras Sarai se hacía con destreza dos trenzas a los lados de la cara. Llevaba repitiéndoselo todo el día, y no parecía que fuera a remitir.
- Te puedes callar de una vez? Ya he hecho esto millones de veces. - al acabar su peinado con unos lazos rosas, se giró hacia Estefanía. La mujer tenía, aunque no lo pareciese, solo diez años más que ella - Parezco suficientemente cría? - arrugando el ceño, la señora la inspeccionó de arriba a abajo. Las dos no se parecían en nada. La más joven, irlandesa y pelirroja natural aunque teñida de un caoba oscuro, tenía la nariz respingona y muchas pecas, y unos ojos grandes y llenos de expresión, azules. Era tan menuda y bajita qu siempre la confundían con una niña, aunque ya pasara los veintitantos. En cambio, Estefanía era alta y esbelta, rubia en principio aunque, al igual que su supuesta hija, estaba pintado de caoba para que tuvieran un mínimo de parecido. De California, bastante bronceada y de ojos vivaces del color del cielo. Intentar aparentar ser una familia normal era lo más sencillo, mas estar pensando en tener un acento estándar todo el tiempo para que no descubrieran que ni siquiera eran del mismo continente había resultado un problema en más de una ocasión. Pero para lo que les pagaban, no era más que un detalle sin importancia.
- A ver, si te quitas ese pintalabios de guarra de la noche puede que sí - Sarai sonrió, cogió una toalla húmeda y se la pasó por la cara.
- Aún no me acostumbro a no ir pintada. Me siento... desprotegida.
- Pues más te vale que te vayas acostumbrando a menos que quieras que los vecinos descubran que eres diez años mayor de lo que dices ser. - Estefanía la miró con desaprobación chasqueando la lengua, mientras la ayudaba a ponerse una capa, roja como la sangre - Estás perfecta. Venga, corre, que si llegas tarde el jefe no estará contento, y si no está contento...
- Ya sé, ya sé. Venga adiós, mami - sonrió con exagerada dulzura en la última palabra, y le plantó un beso en la mejilla. Salió dando saltitos a la calle.
Lo único molesto del viaje a la casa de la yaya era que había que pasar por un bosque desolado. Sin gente, por esa parte bien, pero no tenía cobertura, y no había nada que odiara más Sarai que no poder usar su smartphone. Aún así, estaba entretenida por el camino entre los árboles jugando al Subway Surfers sin ni siquiera mirar a su alrededor. Ya se sabía el recorrido de memoria. Pero, un ruido entre los matorrales hizo que se desconcentrara y acabara estampada, en el juego, contra un tren en marcha. Se guardó el móvil enseguida, por si eran unos asaltantes. Pero no, en su lugar se encontró con un gran lobo gris con aspecto fiero.
- Hola niñita, que te trae por este oscuro bosque? - dijo, con una sonrisa que mostraba todos los dientes amarillentos. Sarai sintió el hedor de su aliento a los dos metros que se encontraban de distancia.
- Desde cuando los lobos hablan? - preguntó la chica, haciéndose la valiente.
- Y desde cuando no hablan? - respondió el animal, poniéndose en cuclillas para mirar a Sarai a los ojos. Al ver que no contestaba, prosiguió - A donde vas con esa cesta tan bonita?
- A dejarle unos pasteles a mi abuela - casi le entra un ataque de risa por llamar ''pasteles'' a lo que llevaba dentro en realidad, pero lo consiguió disimular bien.
- Me dejas acompañarte? Que tal si echamos una carrera, a ver quien llega antes? - a Sarai le sonaba conocida la frase, y negó con la cabeza.
- Eso es muy mainstream, no te parece? Mira, tengo otro juego. A ver cuanto aguantas llevándome a los hombros por el camino a casa de mi abuela, qué te parece? - El lobo se lo tomó como un desafío, así que subió a la delgada chica a su espalda y se la llevó.
Después de recorrer casi todo el trayecto, el animal parecía agotado. Hizo ademán de descansar bajo un árbol, pero Sarai se rio de él.
- Solo puedes eso? Vaya, que decepción. Pensaba que eras más hombre.
- En teoría no soy un hombre, pero bueno. - Aún así, inspiró profundo y siguió andando. Sarai sonrió para sus adentros. Todos eran iguales. Si los retabas a algo, harían lo que fuera para demostrar que lo podían hacer.
Y en poco rato, Sarai llegó a la casa de la yaya sin cansarse lo más mínimo. Alabó al lobo cien veces, para que se sintiera grande. Tocó la puerta de la cabaña, y de dentro salió una anciana encorvada y vestida con tantas capas que había perdido la forma. No se le veía la cara. Dejó pasar a Sarai sin decir una palabra. El animal, como un perrito bueno, esperó afuera a la chiquilla durante un largo rato.
Un rato después, se abrió la puerta de nuevo y Sarai le hizo ademán de entrar. Se oían sirenas, como de policía. El lobo, extrañado, entró, y se encontró a la niña llorando. De la anciana no había rastro. El contenido de su cesta estaba desparramado por el suelo, aunque no consiguió ver lo que era. Se acercó con rapidez a la chiquilla.
- Qué te pasa?
- Oyes ese ruido? Es mi padre! Vine para aquí sin su permiso, y ahora se enfadará mucho conmigo!! Podrías ayudarme? Escóndeme dentro de tu boca, seguro que quepo! No se dará cuenta! Por favor, lobito guapo, es importante!!
- Tu padre es policía? - preguntó. Sarai sacudió la cabeza violentamente.
- Sí! Ayúdame, por favor! - Haciendo lo que le decía, cogió a la niña y se la metió dentro de la boca. Era tan pequeña que aún sobraba espacio con ella ahí. Un instante después, la puerta se abrió de golpe. Más de una veintena de agentes entraron con armas en mano.
- Las manos arriba! - hizo lo que le ordenaban. Al fin y al cabo, el era solo un pobre animal que pasaba por allí. Le ataron las zarpas tras la espalda con unas esposas. Uno de los policías cogió lo que había por el suelo. Era marihuana. No daba crédito a sus ojos. Estaba a punto de decir algo cuando Sarai saltó de su boca, haciéndole bastante daño.
- Policías!! Ayudadme! Ese lobo malo me quería comer! - Enseguida se escondió tras un par de agentes, con un aire inocente que no había visto en ella antes. Y ahí fue cuando se abrió la puerta de atrás. Un hombre musculoso, negro y que medía dos metros como poco entró corriendo con una sartén en la mano. Se paró en seco al ver el panorama.
- Habéis venido? Menos mal! Estaba ayudando a esta pobre niña. El lobo estaba traficando cuando se acercó la chiquilla y como lo había visto todo se la comió! - exclamó, señalándolo con el dedo.
- De qué hablas? No sé ni quien eres! No es mía esta cesta! - gritó el lobo, indignado.
- Eso díselo al juez. Lleváoslo - Lo cogieron por las dos patas delanteras y lo sacaron de allí. Mientras lo metían en el coche de policía, se dio cuenta que el hombre llevaba las mismas mantas que la anciana de antes. Cuando iban a partir, vio como Sarai le miraba con burla y lástima. Desde luego, las cosas no suelen ser lo que parecen.
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